ADORACIÓN

En pleno y absoluto silencio
adoran la Eucaristía.
Sublime reinado.

El espíritu se explaya
olvidando la existencia
de su cuerpo, hasta penetrar
el fondo de su Ser, e indagar
un mar de bendiciones.

Gracias a su dócil compasión,
Él le habla en la lejanía
de lo profundo y él
atento oye. Ha olvidado
cómo llegó hasta esa
humilde voz que le habla
y le habla... y ya, no sabe quién
rodea su presencia.

Es como un pasillo ancho y
obscuro, donde sólo se deja
guiar por una luz que no es luz
sino misterio, sino adoración.

Reflexiona... extasiado.

De una esquina lo observo.
Me pregunto por cuántos lugares
andará; ausencia que perpleja.
De repente, vuelve en sí. Retoma
su Biblia, después de haber
descubierto verdades y
tantas cosas inefables.

Se le hace tan difícil permanecer
en su pobre realidad... más
renunciar los abismos
calmantes de la sed.

El silencio no da tregua,
el silencio seduce. Hasta a mí
me es inevitable asimilarlo.

Luego entré en el mismo
“sueño” extraordinario, y
comprendí aquel pellejo,
que aún continuaba
en su templo.

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