EN EL TEMPLO
(Título Original: UN MOMENTO EN EL TEMPLO)
La Hostia sin custodia. Las velas encendidas, y una sutil brisa vacila la grácil luz de un sirio. Una quietud y un silencio benignos. Tres ventiladores expiando aire fresco a tres monjes taciturnos… uno está sentado, leyendo; el otro, arrodillado, con su mano derecha en la frente; y el último, sentado en el suelo, escribiendo algunas líneas sobre el banco.
La temperatura es agradable; la luz del atardecer, tenue y sigilosa va partiendo. De repente, otro monje entra al reciento, enciende unas lámparas, y luego, con las manos en son de oración se dirige a Dios… entonces, el pensamiento, la imaginación, las certezas, y el sentir, vuelan. Un viaje al más allá.
De vez en cuando capto alguna mirada distraída, como perdida de dónde contemplar.
Mientras, me dan deseos de mirar por la ventana, y por entre las rendijas de una esterilla -que recién, a medias desplegaron- veo un pino recortado horizontalmente.
Los leves movimientos son casi imperceptible, sólo algún acomodamiento para estar orando por más tiempo. Y sumidos en esta atmósfera, una mosca vuela sin sentido, y se asienta por doquier; algún crujir de bancos; o el cortante repliegue al replegar páginas de algún libro. Más, lejanamente escucho el ladrido de algún perro, y un piar dramático de teros.
Todo esto sucede en el templo, y su centro es la Eucaristía. Los bultos que me acompañan, son almas que se inclinaron para adorarla. Si se pudiera, por todo un día, o quizás, hasta estas horas, cuando cae el sol, y la noche les recuerde que deben ir a descansar. Pues mañana, sus ritos darán comienzo a una nueva realidad.
La Hostia sin custodia. Las velas encendidas, y una sutil brisa vacila la grácil luz de un sirio. Una quietud y un silencio benignos. Tres ventiladores expiando aire fresco a tres monjes taciturnos… uno está sentado, leyendo; el otro, arrodillado, con su mano derecha en la frente; y el último, sentado en el suelo, escribiendo algunas líneas sobre el banco.
La temperatura es agradable; la luz del atardecer, tenue y sigilosa va partiendo. De repente, otro monje entra al reciento, enciende unas lámparas, y luego, con las manos en son de oración se dirige a Dios… entonces, el pensamiento, la imaginación, las certezas, y el sentir, vuelan. Un viaje al más allá.
De vez en cuando capto alguna mirada distraída, como perdida de dónde contemplar.
Mientras, me dan deseos de mirar por la ventana, y por entre las rendijas de una esterilla -que recién, a medias desplegaron- veo un pino recortado horizontalmente.
Los leves movimientos son casi imperceptible, sólo algún acomodamiento para estar orando por más tiempo. Y sumidos en esta atmósfera, una mosca vuela sin sentido, y se asienta por doquier; algún crujir de bancos; o el cortante repliegue al replegar páginas de algún libro. Más, lejanamente escucho el ladrido de algún perro, y un piar dramático de teros.
Todo esto sucede en el templo, y su centro es la Eucaristía. Los bultos que me acompañan, son almas que se inclinaron para adorarla. Si se pudiera, por todo un día, o quizás, hasta estas horas, cuando cae el sol, y la noche les recuerde que deben ir a descansar. Pues mañana, sus ritos darán comienzo a una nueva realidad.
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